Fuente : La píldora Roja y la inspiración de La Rosa de los Vientos.
En el principio fueron los ingleses...
Llevaban casi un siglo por la zona cuando comenzaron a pasar cosas extrañas. A los oídos de las autoridades coloniales, inglesas y alemanas, comenzaron a llegar extraños rumores. Aquel inexplorado amasijo de islas que dieron en llamar la Melanesia guardaba alguna que otra sorpresa.
Llevaban casi un siglo por la zona cuando comenzaron a pasar cosas extrañas. A los oídos de las autoridades coloniales, inglesas y alemanas, comenzaron a llegar extraños rumores. Aquel inexplorado amasijo de islas que dieron en llamar la Melanesia guardaba alguna que otra sorpresa.
Al principio las cosas parecían normales. Los indígenas tenían unas creencias bastante corrientes. Rendían culto a los antepasados, creían que éstos regresarían al mundo algún día dando comienzo a una era de prosperidad... Lo típico. No era nada que los europeos no hubieran visto ya en África o en América. Pero, de repente, algo empezó a cambiar. Aquí y allá surgían rumores extraños. Algún marinero lo había visto con sus propios ojos en Fiji. Otros juraban que habían observado el fenómeno en Nueva Guinea. Nadie sabía como había comenzado pero el caso es que la nueva religión de los nativos se estaba extendiendo como la pólvora.
Las primeras descripciones detalladas del culto datan de los primeros años veinte. Al parecer los nativos seguían pensando que los antepasados iban a regresar. También creían que una era de riquezas acompañaría la llegada. Pero habían introducido unos pequeños cambios en su mitología. Ahora los antepasados iban a llegar en barcos de vapor y traerían las riquezas en cajas y latas como las que tenía el extraño hombre blanco.
Los indígenas se habían percatado de que los europeos no pegaban palo al agua. Los ingleses no cultivaban la tierra ni cazaban, sin embargo cada cierto tiempo una enorme canoa metálica aparecía en el horizonte. De ella eran descargados un buen número de fardos repletos de frutas, carne y todo tipo de manjares. Estaba claro que los antepasados de los europeos eran mucho más generosos que los suyos. Ellos llevaban toda su vida rezándoles y nunca habían obtenido nada. Sin embargo, los antepasados de los hombres con el extraño color de piel no hacían más que mandarles todo tipo de provisiones y regalos. ¿Qué estaban haciendo mal?
No tardaron en darse cuenta de que el motivo por el que los antepasados del hombre blanco eran tan espléndidos no era otro que la completa devoción de los ingleses. Puede que no trabajaran la tierra pero se pasaban el día celebrando complicados rituales religiosos. Complacidos, los antepasados recompensaban esta piadosa actitud con el cargo. Si imitaban a los ingleses, los habitantes de Melanesia estaban seguros de que sus antepasados responderían igual. Así que decidieron copiar los cultos europeos.
Los indígenas observaron e imitaron. Primero estaba el rito en el que se juntaban a media tarde a beber. También estaba el baile, claro. Los ingleses se vestían con ropa verde, se echaban un palo al hombro y desfilaban de un lado a otro en lo que, sin duda, era un importante ritual religioso. Los melanesios se fabricaron tazas de madera y comenzaron a reunirse a beber todas las tardes con británica puntualidad. No tomaban té pero eso es lo de menos. También se hicieron trajes verdes con hojas de palmera y se fabricaron fusiles con bambú. Así ataviados desfilaban de un lado a otro imitando a los soldados británicos.
Más sorprendente aún para los ingleses fue descubrir que los nativos tenían un nuevo dios. En una pequeña isla de las Nuevas Hébridas, Tanna, fue donde comenzó el culto a John Frum pero pronto se extendió por toda Melanesia. Al parecer, un hombre blanco llamado John Frum había profetizado la llegada del Apocalípsis y, con él, el fin de la ocupación europea. El mismo John Frum estaría al frente de la canoa metálica que traería de vuelta a los antepasados y, ese día, los melanesios tendrían cargo de sobra para toda la eternidad y vivirían sin trabajar en un paraíso libre de ingleses.
Nunca se ha llegado a saber si este profeta está basado en alguna persona real o es una invención. Lo cierto es que en los registros ingleses no aparece un John Frum por ningún lado y tampoco hay constancia de ningún australiano con ese nombre. Sea real o no, John Frum se convirtió en el Mesías cuya segunda venida esperaban con ansia los indígenas. Para propiciar la llegada del cargo y los antepasados, de la mano de Frum, los melanesios comenzaron a construir imitaciones en madera de los barcos de vapor ingleses. No los usaban, no eran funcionales, simplemente los construían y los dejaban en la playa. Así, esperaban atraer a los verdaderos barcos con cargo, los de metal, los que visitaban a los ingleses.
Como todo buen profeta, Johm Frum dejó tras de si un importante número de reliquias. En algunas aldeas se rezaba a una chaqueta de aviador, en otras a zapatos o banderas inglesas... Los misioneros europeos estaban fuera de si. No habían conseguido que su mensaje calara lo más mínimo entre los melanesios pero, en cambio, los cultos cargo -había decenas de ellos y no todos tenían a Frum como profeta- se habían extendido por todas las islas con una velocidad y aceptación sorprendente.
Al comienzo de la década de los cuarenta, esta nueva religión recibió un impulso inesperado. Aunque los melanesios lo ignoraban una terrible guerra estaba sacudiendo el mundo y unos nuevos visitantes aparecieron en las playas. Eran muy parecidos a los ingleses y a la vez completamente diferentes. Los nativos quedaron completamente fascinados. Habían llegado los americanos.
Aquello era increíble. Los americanos no solo recibían el cargo en canoas metálicas sino que tenían embarcaciones volantes. Decenas de ellas. Y no solo eso. Había algo que desconcertaba aún más a los melanesios. Entre los americanos había negros. Era algo que no podían comprender. Hasta entonces siempre habían hecho una distinción clara entre ellos y el hombre blanco pero ahora estaban contemplando como gente de su mismo color de piel vestían y se comportaban como americanos. Tras muchas confusiones consiguieron integrar ese hecho en su mitología suponiendo que los ingleses les robaron bebes décadas atrás para que fueran criados en América. Su llegada parecía un síntoma claro de que el regreso de John Frum y el Apocalipsis estaban cerca.
Al ver la admiración que los nativos mostraban hacia los americanos, los misioneros decidieron usar esto en su favor. Pidieron a los militares que intentasen convencer a los melanesios del error de sus creencias para que pudieran abrazar la auténtica fe. Pero las cosas no salieron exactamente así... Los americanos dijeron a los nativos que su tal John Frum no valía un pimiento y que ellos desayunaban dos como él cada día (o alguna macarrada parecida) Aquello les pareció una auténtica proeza a los melanesios. ¡Aquellos visitantes no tenían miedo a desafiar a los dioses! Los americanos mismos se convirtieron en objeto de adoración.
Bien es cierto que, de algún modo, consiguieron que crecieran en la zona los sentimientos religiosos cristianos. Junto a John Frum, Jesus pasó a ocupar un lugar, secundario eso sí, en el panteón melanesio. Pero a los misioneros eso no les tranquilizaba lo más mínimo. Jesús no solo era un dios menor que Frum sino que solo era uno más en un panteón al que Santa Claus, Juan el Bautista, el Rey de América (sic) y el Tio Sam también fueron añadidos.
Las ceremonias se fueron volviendo más elaboradas y la adoración por los americanos centró todos los cultos cargo. Ademas de barcos también se comenzaron a realizar elaboradas copias de los aeropuertos americanos. Los melanesios creaban largas pistas de tierra, así como aviones y torres de control de madera. Uno de ellos se situaba en la torre frente a una caja de madera pintada que hacía las veces de radio y que aseguraban que comunicaba directamente con Frum. Otros se ponían a lo largo de la pista con antorchas en las manos y hacían gestos imitando a los controladores americanos. Por último, el resto se situaba junto a un avión de madera a esperar un cargo que nunca llegaba. También desarrollaron complicados rituales de adoración a la bandera americana y copiaron las canciones que los militares entonaban durante las marchas.
Con el tiempo, como todas las religiones, los cultos cargo han sufrido cismas o ramificaciones de todo tipo. Por ejemplo, en Nueva Hannover surgió un culto en 1964 que adoraba a Lyndon B Johnson. Su líder, el profeta Bos Malik, aseguraba que la llegada del cargo era inminente. Malik había servido de enlace entre los nativos y los americanos por lo que se ganaba a menudo una recompensa en forma de comida y baratijas. Cuando los americanos le dijeron que abandonaban la isla se sintió bastante desconcertado y les preguntó de donde iban a sacar ahora la comida. “No te preocupes, chico. Hay mucha más en el sitio de donde viene ésta. Solo tienes que hablar con Lyndon Johnson” cuentan que le dijo un soldado. Con la isla bajo dominio australiano y en plenas elecciones, Malik convenció a su pueblo para que todos votaran por Johnson. Tenía madera de líder ya que también los convenció de que le pagaran a él los impuestos en lugar de a las autoridades australianas. Él se encargaría de hacerlo llegar al presidente americano... Los intentos del gobierno de Australia por regular la isla y cobrar impuestos llevaron a los seguidores de Malik a protagonizar numerosas revueltas. Finalmente los impuestos fueron pagados pero Malik profetizó que el Queen Mary llegaría pronto a Nueva Hannover y los llevaría a todos ante Lyndon Johnson.
Diez años después la reina inglesa visitó varias islas de Melanesia. Los nativos no le hicieron mucho caso, en su cultura no era concebible una mujer con poder. Decidieron centrarse en su marido, el Principe Felipe, a quien rápidamente elevaron a los altares. También Duke Ellington se convirtió en una deidad melanesia pero, en este caso, no tengo ni idea del motivo ni de la forma en que sucedió.
En la actualidad todavía sobreviven un buen número de cultos cargo, entre ellos la Iglesia de John Frum en Tanna. Se cuenta que, estando en Melanesia, David Attenborough preguntó a un indígena si seguía creyendo que John Frum iba a volver después de décadas esperando.
“¿Acaso no lleváis vosotros dos mil años esperando a vuestro Mesias? ¿Por qué ibamos nosotros a cansarnos tras unas pocas décadas?” respondió el melanesio.
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